El segundo accidente tuvo lugar, como ya mencioné, en Frankfurt. ¿Conocéis el barrio de Bockenheim? Pues precisamente sucedió allí, en la esquina de Schlossstrasse y Robert-Mayer-Strasse. Me encontraba en la terraza del restaurante Immer Satt. Era la una del mediodía de un día laborable en pleno mes de julio.

Para que entendáis mejor la historia, debo contaros que esta terraza se encuentra en una esquina, separada de la calle por unos arbustos crecidos y frondosos que rodean las mesas.

Estaba a punto de que me sirvieran la comida, cuando de repente escuché el estruendo metálico de un coche chocando con la chapa de otro. Al fondo, entre el verdor, solo logré distinguir el brillo plateado del capó de un vehículo grande. Oí una voz de hombre, las puertas de los coches se abrieron. De uno de ellos se apearon dos mujeres. Madre mía, eran tan jóvenes. Ambas vestían vestidos largos y llevaban pañuelos en la cabeza. Su vestidos eran de un tono café y crema, sin estampados. Escuché cómo hablaban en alemán con mucha educación, con sumo cuidado al dirigirse al hombre del otro coche.

Muy rápido la conductora se sentó en el asiento del copiloto. Su compañera o tal vez hermana, se puso al volante y condujo el coche hasta aparcarlo justo delante de la terraza del restaurante, en el lado que daba a la Robert-Mayer-Straße. Era un Mercedes plateado de gran tamaño y seguramente con muchos años de antigüedad; la carrocería era robusta, pero el guardabarros delantero estaba casi desprendido y colgaba. Me pregunté quién habría causado el accidente. ¿Tal vez uno de los dos automóviles intentó cruzar hacia la Robert-Mayer-Straße y al hacerlo recibió el impacto?

Todo esto me recordó otro tiempo. Mi hermana Isabel acababa de sacarse el carné de conducir, y nuestros padres le habían regalado un Opel Corsa negro flamante. El escenario de la historia con Isabel era la carretera que conectaba Torrelavega con Renedo de Piélagos, en Cantabria. Por entonces, yo tendría unos dieciséis años, más o menos. Cerca del recinto ferial de Torrelavega, una carretera muy larga y poco transitada se desplegó ante nosotras, sin apenas tráfico, una recta infinita en ese instante.

Pasaron los minutos, y aunque la comisaría se encontraba a tan solo cien metros de donde ocurrió el accidente, la policía se mantenía ausente. Las jóvenes seguían de pie junto al Mercedes, con el guardabarros colgando, haciendo llamadas y enviando mensajes de whatsapp desde sus móviles. En ese momento un hombre de color se les acercó y les preguntó si necesitaban algo. Pensé que así era Frankfurt, una ciudad multiculti

Mientras el tiempo parecía estirarse, recordé cómo de repente, en aquella carretera larga y desolada, surgió de la nada una Vespino, irrumpiendo en nuestro camino intentó una maniobra imposible. La colisión fue inminente. El Opel Corsa de Isabel quedó bastante dañado en la parte delantera. Al llegar a casa, a pesar de que no había sido culpa de mi hermana, le cayó una buena bronca.

De pronto, al otro lado de los arbustos, surgió una voz masculina que se disculpaba: Es tut mir sehr leid. Lo sentía mucho, repitió, afirmando no haberlas visto. Al escuchar estas palabras, incliné suavemente el botellín de cerveza sobre la jarra fría. Aguardé en la silla, impaciente, mientras la espuma emergía en la parte superior, coronando la cerveza con una capa cremosa y delicada. Y cuando alcanzó su punto justo, llevé la jarra a mis labios, dejándome envolver por la sinfonía de sabores que el líquido prometía.