El verano, una estación que invita a pasar más tiempo al aire libre, también aumenta las probabilidades de presenciar accidentes. En mi caso, he tenido la ocasión de asistir a dos en un lapso de tres días, en lugares tan distintos como Barcelona y Frankfurt. Afortunadamente, no hubo víctimas, pero sí causaron daños materiales. A través de estas líneas, quiero reflexionar sobre lo que ambos incidentes revelan sobre los lugares donde ocurrieron.

El primer accidente tuvo lugar en una tarde de julio en la Rambla de Cataluña. Eran alrededor de las siete, cuando el calor pegajoso superaba los treinta grados. Las masas de turistas se movían en dirección a la Plaza de Cataluña para continuar su recorrido por el barrio gótico. Allí estaba yo, junto a decenas de turistas, muchos de ellos jóvenes, esperando pacientemente a que el semáforo de la Gran Vía de las Cortes Catalanas se pusiera en verde. Y entonces, algo captó mi atención a la derecha. Dirigí mi mirada hacia el suelo y no era un animal, ¡era un objeto con ruedas que se deslizaba entre mis piernas y las de otros transeúntes, abriéndose paso! De repente, se escuchó un golpe. El objeto en movimiento había chocado contra las ruedas de un taxi negro y amarillo, típico de Barcelona.

Ahí mismo, a mi lado derecho, apareció un joven de unos diecisiete años. En su rostro, pude percibir la sorpresa. Curiosamente, el tráfico que momentos antes era denso se calmó. Este chico rubio, vestido con pantalones anchos y una camiseta color crema, se lanzó hacia la calzada y en cuestión de segundos recogió dos fragmentos. Regresó a mi lado en el semáforo, que seguía en rojo, con algo entre los brazos. Era nada más y nada menos que su skate board mutilado en dos mitades. Noté que una parte era más larga que la otra, pero ambas conservaban las ruedas.

Mientras tanto, el taxi se había detenido junto a la acera en la esquina, después de pasar la vía de servicio de la Rambla de Cataluña. Desde mi posición, pude observar cómo el taxista se bajaba del coche y examinaba la chapa y la rueda trasera del lado del conductor. ¿Qué sucederá ahora?, me pregunté. El joven me miró, consciente de que yo había comprendido el accidente. Go and talk to him, le apremié mirando hacia el taxista. Pero en ese momento el taxi reemprendió la marcha, alejándose hacia el sur por la Gran Vía. El sefámoro cambió de color y el joven desapareció entre la multitud. Me pregunté cuánto le habría costado aquel skate board. ¿Unos cien euros? Tuve la sensación de que podría comprarse uno idéntico sin problemas. Pero, ¿y el taxista? No se si iba solo o con algún cliente en ese momento del accidente. En cualquier caso, debió de llevarse un buen susto. Imaginé que estaría muy molesto, sobre todo con los turistas.

De acuerdo con una encuesta realizada por el ayuntamiento de Barcelona a sus ciudadanos, los problemas más destacados de la ciudad son la inseguridad y la falta de limpieza. Y solo un 4% de los barceloneses muestra preocupación por el turismo, el cual sigue siendo considerado como un motor fundamental de la actividad laboral. Sin embargo, también existen inconvenientes relacionados con la ocupación del espacio, la falta de civismo y la inseguridad, que afectan negativamente al turismo. Por lo visto, en el año 2022, más del 20% de los visitantes que recorrieron la Ciudad Condal eran jóvenes menores de veinticinco años.

Para terminar y aprovechando esta anécdota, me gustaría compartir una conversación que tuve durante mis primeros meses viviendo en Barcelona. Me acerqué a un quiosco para preguntar por una dirección y el amable quiosquero me indicó el camino con detalle. No contento con eso, añadió un consejo peculiar: «En Barcelona, es muy fácil orientarse. Cuando vea que la calle va cuesta abajo, significa que se dirige hacia el mar». Esa pendiente descendente, tan práctica para ubicarse en la ciudad, le jugó una mala pasada a aquel joven del skate board. Comprendo ahora que lo que en su momento sonaba a un consejo inocente, era en realidad una advertencia.

Continuará.